(canaricum luzonicum)
El elemí es un árbol originario de Filipinas de la familia de las burseraceas, familia botánica que comparte con el incienso y la mirra.
Una resina que ya desde la antigüedad se utilizaba en bálsamos para tratar problemas respiratorios y de piel.
Su aroma es fresco con un toque especiado y algo citríco, a la vez que con un fondo cálido característico de las resinas.
Para la piel es un excelente cicatrizante y regenerador cutáneo, muy interesante para aquellas heridas de lenta cicatrización y úlceras al ser antiséptica a la vez.
Es antiinflamatorio y antálgico en especial para dolores de espalda cuando hay bloqueo muscular, un relevante ayuda para la tensión en la nuca y el trapecio, unos de mis puntos débiles. Ayuda a soltar los bloqueos y corrige la postura.
Es también descongestionante de las vías respiratorias y expectorante a la vez que estimulante inmunitario.
En la parte emocional es un aceite que nos ayuda a centrarnos, nos aporta armonía y equilibrio. Favorece los estados meditativos y la introspección. Nos alivia cuando nos sentimos dispersos y atormentados por pensamientos en bucle. Un apoyo para pasar a la acción sin agitación, reforzando la determinación.
En estos días me encanta utilizarlo en mi difusor para meditar y a diario lo aplico en mis cervicales junto con el macerado de hipérico. Os invito a descubrirlo en especial si tenéis a menudo tensión en vuestras cervicales.